Ya no
quiero, lo tiro
“Todo lo que se come sin
necesidad, se roba al estómago de los pobres”, está famosa frase de Mahatma
Gandhi aunque cruel pero cierta, también puede meterse al sentido de todo el desperdicio
que se hace en cuanto a alimentos, pues mientras unos tiran y tiran, otros no
tienen para quitarse el hambre, problema que tiene un alcance global, pero que
en este caso me enfocaré en el país más desperdiciado del mundo (efectivamente,
Estados Unidos).
Y con esto a qué me
refiero, a que la cultura estadounidense tiene un consumismo absoluto en todos
los sentidos, pues se les descompone una televisión y lo más fácil para ellos
es tirarlo en vez de arreglarlo, y lo mismo pasa con los alimentos, en los
restaurantes los clientes piden platillos que muchas veces nada más pican y
todo lo demás se va a la basura, y qué hablar de los hoteles o cruceros donde
en los buffets se tira una cantidad impresionante de comida al día que ni
siquiera se tocó.
En comparación, en
Francia es ilegal que las tiendas de conveniencia tiren los productos que
tienen fecha de caducidad próxima, pues aquello es una medida preventiva ya que
se tiene todavía un lapso óptimo de consumo; en vez, las tiendas empacan los
productos no vendidos que se mantienen en buenas condiciones y los mandan a
unos “bancos de comida”, ubicados en diferentes puntos clave de las ciudades,
con lo que se da alimento gratuito a 10,000,000 personas necesitadas al año;
cuando Estados Unidos es el país que
gasta más comida que ningún otro país, y no sólo hablando de lo que ya dije
sobre lo que se tira en restaurantes y hoteles, sino que más del 40% de la
comida de canasta básica, va directamente al basurero, sin siquiera pasar por
las tiendas únicamente por el hecho de estar fea para venderse, lo que resulta
ilógico pues mientras se desperdicia todas esas toneladas de alimentos, 1 de
cada 7 estadounidenses sufre de hambre.
Si eso se logra donando
sólo los alimentos que ya no les sirven a las tiendas de conveniencia,
imagínense lo que podría hacerse si los restaurantes y hoteles del país más
consumista dieran lo que todavía está en bueno estado, y que en realidad no les
costaría nada. Hay que reducir la huella alimentaria, consumir sólo lo que en
verdad necesitamos y no desperdiciaremos, pues nunca sabremos qué lugar
ocuparemos en un futuro, y si en algún punto necesitaremos de aquella comida
que algún día tiramos.